El siglo XIX acuñó una frase tremenda sobre la situación musical de Inglaterra: Das Land ohne Musik. La verdad es que los ingleses no tuvieron la posibilidad de ofrecer al mundo un compositor de la talla de maestros europeos como Mendelssohn, Wagner, o Brahms. El recuerdo de Haendel, naturalizado inglés, y de Purcell, muerto a finales del siglo XVII, se había perdido o sus estilos no correspondían al gusto del momento. La música coral religiosa parecía satisfacer las necesidades de un público casi siempre conservador y poco curioso de las novedades continentales. Los nombres de los compositores ingleses más populares del siglo XIX nos parecen hoy desconocidos o irrelevantes: John Field, William Crotch, Henry Rowley o William Sterndale Bennett. Edward William Elgar, que había nacido promediando el siglo, tuvo una formación autodidacta y se dio a conocer con pequeñas piezas sentimentales de salón y obras corales convencionales que alcanzaron una gran popularidad. Las obras importantes –que suelen ser indiferentes a la popularidad- fueron escritas en la madurez, comenzando el siglo XX: las Variaciones Enigma y las marchas de Pompa y Circunstancia. La última obra de genio es el concierto para violonchelo, escrito hacia 1920, poco antes de la muerte de su esposa, suceso dramático que marcó el declive del compositor. La obra de Elgar, así como la de Gustav Holst y Frederick Delius, señala el renacimiento de la música inglesa que habría de tener en Benjamin Britten y Michel Tippett a los más notables exponentes de la cultura musical británica.
Fue también el siglo XIX el que dio vida a las ‘músicas de salón’ como celebración burguesa de una expresión intimista. A este género pertenece la obra pianística de muchos compositores; sin embargo, el paradigma es la colección de Lieder ohne Worte de Mendelssohn, 48 pequeñas piezas para piano que buscan un instante sutil, una ventana íntima hacia la esencia del ser. Las Canciones sin palabras, Op. 22 - Songs without Words- compuestas por Gustav Holst en 1906, poseen el indudable encanto que persigue el género. Es muy curioso que el éxito de público de una determinada obra termine eclipsando el resto de la producción de un artista; esto les pasó, en cierta medida, a Ravel con su Bolero, y a Tchaikovsky con su Capricho Italiano. Sin duda, es el caso de Holst con su muy celebrada suite The Planets, obra que el compositor consideraba de importancia secundaria.
Cuando Nicholas Esterházy murió en 1790 Haydn pudo aceptar el ofrecimiento de Johann Salomón para trasladarse a Londres. El resultado musical de este cambio en su vida son las doce sinfonías que llevan ese nombre: ‘Sinfonías Londres’. La última, la número 104, fue probablemente el mayor éxito de público en la carrera del compositor.
Alberto Guzmán Naranjo
Director Asociado
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